La revolución tecnológica ha fichado por el fútbol. Y su primera tarea ha sido intentar acabar con los goles fantasmas.
Para ello, la FIFA ya ha puesto en práctica en el Mundial sub-17, que se disputó en Perú, el balón inteligente con una buena aceptación.
El esférico, dotado con un microchip, envía una señal a un brazalete portado por el árbitro si se ha traspasado la línea de gol. No obstante, no será hasta marzo cuando la International Board, organismo que regula las reglas, decida si lo utiliza o no en el Mundial Alemania 2006.
Otro amante de los avances de la técnica es Wanderlei Luxemburgo. El técnico del Madrid le colocó a Raúl –en el Trofeo Santiago Bernabéu, el pasaso mes de agosto– un pinganillo en la oreja que le permitía dar instrucciones al capitán durante el transcurso del partido.
También al español Rafa Benítez le gusta aprovechar las mejoras de la ciencia. El entrenador del Liverpool utiliza el programa Amisco, que mide desde la distancia que recorre un jugador hasta su tiempo de recuperación para mejorar el rendimiento. Fuera del fútbol, este tipo de vanguardia goza de buena salud. En el hockey hierba aterrizó gracias al seleccionador español masculino.
El holandés Maurtis Hendrinks recibe imágenes del partido en su ordenador portátil casi en tiempo real (con un lapso de un segundo) para analizar a sus jugadores y corregir posiciones.
Aunque quizás sea en la Fórmula 1 donde el empleo de la tecnología se haga más imprescindible. Desde la aerodinámica de los monoplazas hasta el motor llevan siempre los últimos progresos.
En baloncesto, el sistema precision time system, que subsanará los posibles errores a la hora de controlar el tiempo, se pondrá en marcha en la próxima edición de la Euroliga.
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